La hegemonía priísta, dada por sentada durante décadas en Chiapas, se quebró en una noche el Año Nuevo de 1994 y la inesperada emancipación indígena alteró los balances y los cálculos. Como nunca a partir de entonces, los gobiernos del estado han sido inexistentes para fines prácticos, y la entidad “pasó de ser gobernada desde el centro a gobernarse sola, para bien y para mal. La disciplina zapatista y su autonomía en los territorios donde la ejerce, son una garantía de gobernabilidad, pero también ha generado cualquier cantidad de réplicas de tipo paramilitar que evolucionaron a poderes en sí mismos”, afirma Hermann Bellinghausen. Ante el desafío zapatista, el gobierno respondió con un escalamiento armamentista sazonado con alcohol, prostitución y drogas. Todo esto debe considerarse para interpretar hechos terribles y absurdos como la permanente balacera que sufren unas 15 comunidades tsotsiles de Aldama (o Magdalena). La existencia de grupos de choque, milicias, paramilitares y ahora sicarios en Chamula, Pantelhó, Chenalhó, Simojovel, Ocosingo, Pueblo Nuevo y Altamirano viene tanto de las viejas guardias blancas de los finqueros como de los marginales y delincuentes habilitados como paramilitares en los Altos y la zona norte. Hoy, a la represión política se suman los narcogobiernos y el crimen organizado, a los que responden grupos de autodefensa. “El surgimiento de autodefensas, en principio de lado de los pueblos y contra la delincuencia, puede ser producto del ejemplo de la resistencia armada zapatista y la eficacia de sus autonomías, y no sólo de las perversidades históricas de los cacicazgos locales”, afirma Bellinhausen, corresponsal de La Jornada en Chiapas.
Leer toda la nota de Hermann Bellinghausen: Narcogobiernos y crimen organizado se suman a la represión en Chiapas. Más información: Pobladores de Altamirano, Chiapas rechazaron intento de soborno. Foto: Por el derecho a una vida libre de violencia en Chiapas. Contexto: Violencia desbordada golpea a regiones indígenas de Chiapas