Instigados por el llamado de Donald Trump a impedir la sucesión presidencial a como dé lugar, centenares de sus simpatizantes irrumpieron ayer en los edificios del Capitolio de Estados Unidos y obligaron a suspender la sesión del Congreso en la que debía efectuarse la ceremonia de nombramiento de Joe Biden como presidente electo. Tal como se había anticipado por las convocatorias de fanáticos trumpistas en redes sociales, las protestas excedieron por completo el marco de la libertad de expresión y manifestación, para adentrarse en la sedición y el culto a la violencia: no sólo se portaron sin recato símbolos racistas y emblemas que exaltan el pasado esclavista del país, sino que varios de los asaltantes acudieron armados al Capitolio. Durante casi una hora, los asaltantes se movieron por la mayor parte de las oficinas y salas del Capitolio sin apenas oposición. Las ocupación violenta del Capitolio de EU deja 4 muertos y solamente 52 arrestos. El desarrollo de los acontecimientos impone varias reflexiones, escribe La Jornada en su editorial: “En primer lugar, debe indicarse que el sistema electoral estadunidense nunca ha representado el ejemplo democrático que sus entusiastas pretenden, y que con arrogancia imperial se ha buscado imponer durante más de un siglo al resto de las naciones. (…) Así, la llegada del magnate de los bienes raíces a la Casa Blanca debe leerse como un síntoma de esas miserias, pero también como un acelerador del deterioro que hoy tiene a la superpotencia entregada a la demolición de su propia institucionalidad “.
El asalto al Capitolio, desde dentro: tiros, disfraces y amenazas contra la prensa. Editorial de La Jornada: Trump: irresponsabilidad y narcisismo. Una crisis de larga gestación, por Atilio A. Boron. Leer también: Lolita Lebrón: 25 años de prisión por asaltar el Capitolio de los Estados Unidos