José Antonio Andrés Bolaños, Kipper, es un rapero indígena mazateco de Jalapa de Díaz. Su música representa la resistencia de los pueblos oaxaqueños ante la imposición del español como lengua dominante. Antonio Mundaca escribió una crónica que ahonda en la vida de este personaje excepcional. La publicación tiene también la intención de recaudar fondos que le ayuden a afrontar una enfermedad difícil que pone en riesgo su vida. Aquí un resumen de esta desgarradora historia.
Kipper nació el 9 de agosto de 1994 en la Ciudad de México, después de que, a su madre, Mariana Andrés –una mujer indígena mazateca de entonces 20 años y silueta menuda-, la embarazara un desconocido trabajando en los barrios rojos del centro de la capital del país, donde cada año llegan al callejón de Manzanares cientos de mujeres del sureste de México, engañadas por proxenetas.
Él cree que su nacimiento fue como su llegada al mundo subterráneo de la música, un milagroso y trágico accidente, un movimiento de migración permanente de indígenas y mestizos que se mezclan en las grandes ciudades, donde no hay amor para los que llegan engañados y nadie puede salvar a los que hablan lenguas de comunidades originarias: los parias expulsados del paraíso.
A las semanas de nacido Kipper, Mariana se fue con él de la Ciudad de México. Volvió a Jalapa de Díaz a los terrenos selváticos de una ciénaga conocida como Loma del Naranjo, donde ya había tenido otros hijos. Irse quizá no es la palabra adecuada para nombrar la forma en que una mujer huye de la violencia.
Kipper creció a la orilla de la carretera estatal 182. Un camino pedregoso que comunica a la Cuenca del Papaloapan con la Sierra de Flores Magón, en el norte de Oaxaca. Regiones que pasaron de estar por años involucradas en guerrillas populares a ser terrenos controlados por el narcotráfico.
“Cuando canto rap nadie cree que estoy enfermo. Dicen que soy la fuerza, la electricidad, la resistencia de la lengua indígena de los cerros de Oaxaca, donde para llegar te trepas por diez horas en caminos serpenteantes, que nunca se acaban. Un pueblo del que, en la Ciudad de México, solo han podido ver un poco a través de lo que canto”. Leer la crónica completa en el primer link.
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