Territorio, Espiritualidad y Defensa del Río Verde
Las comunidades del Río Verde en la Costa y Sierra Sur de Oaxaca
Invocaciones. Las mujeres de Paso de la Reyna
Una crónica de la conmemoración del Río Verde en el marco del Día Internacional de Acción Contra las Presas y a Favor de los Ríos, el Agua y la Vida
Violeta Para, De cuerpo entero
Llegar a Paso de la Reyna es emprender un recorrido que requiere, además de varias horas de viaje, un ejercicio de observación para dar cuenta de cómo la historia de la lucha que las comunidades de la Costa han emprendido por defender al Río Verde, está presente en todos los espacios de la geografía costeña desde que uno se enfila por la desviación sobre la carretera que va de Puerto Escondido a Pinotepa Nacional, carteles, pintas y murales que expresan: “No a la presa Paso de la Reina”.
Los contrastes del paisaje hacen presencia conforme se avanza sobre la carretera, los hoteles de la zona turística transmutan al verde continuo que estalla en palmeras y árboles donde la primavera ya transcurre y sobre el que se insertan viviendas y rancherías, huertas de papaya y limón, letreros que anuncian las tostadas de corozo, puestos que ofrecen cocos de pulpa tierna para refrescar la fatiga, hamacas de colores vivos que reposan inalterables sobre las sombras de las casas, mujeres que desgajan el tedio de la tarde, y al fondo, o en continua perspectiva, el río, cuerpo de agua que con el sol de marzo, punto fijo sobre el cielo, refleja destellos sobre los umbrales del agua. Las barcas van y vienen, atracan en la arena y se transfiguran sobre la línea azulverdísima, ventana al tiempo que prende la mirada.
En el poblado de “La Humedad”, el camino de terracería vadea el río, el cual alimenta las cosechas y los animales de encierro de los cuales dependen económicamente las comunidades que se han establecido junto a él. Para quienes por primera vez situamos la mirada en estos lugares, el verde avasalla en todo lo que fecunda el agua, la vida florece.
Nos recibe la fiesta en ciernes, la cocina llena de mujeres costeñísimas, su andar bulle de alegría, al ritmo de la música deshuesan el pollo, guisan el arroz, y preparan el chile costeño, el ajo y la hojita de pescado, planta de la región que da sabor a la salsa de los tamales de conga. Mujeres ellas, matronas afanosas que ponen a parir el comal y que hacen de la cocina su trinchera, su propio espacio de resistencia, la ermita desde donde invocan los espíritus de la sazón de sus abuelas, sabiduría ancestral que por años se han trasmitido a través de sus recetas, ejercicio de memoria para los sentidos que se alimentan de los olores y los sabores de la Costa, ejercicio de resistencia pensado desde la soberanía alimentaria, desde la "producción de lo común". Saber de dónde viene lo que se cocina, seguir el proceso desde la semilla, aporrear la tierra, preparar la huerta, cosechar la milpa, repetir el ciclo.
La generosidad de la comunidad nos da la bienvenida: una olla de congas a la diabla para retomar el aliento por las horas del viaje, este manjar es una especie de langostino que habita en las partes profundas del río, cuya captura está regulada por la misma gente del pueblo para prevenir su sobreexplotación. La esplendidez de la gente más sencilla siempre reconforta el ánimo, igual que el mole y las tortillas dispuestas para la comitiva. Sobre la brasa y la ceniza se cocinan los tamales de elote para la cena, según la costumbre, unos cuantos chiles a la lumbre para que se cuezan parejitos. La comisión del Copudever encargada de la fiesta tiene una semana con los preparativos para la celebración del día del Río Verde.
Desde hace más de veinte años, la Presa Flores Magón, ha alterado la afluencia del río, “antes había roncador, cuatete, alaguate, lisa, endoco, pez gato, mojarra, camarón, trucha” nos comparte Eva, incansable defensora del río, integrante del Copudever. La diversidad biológica se ha visto amenazada y con eso, la variedad de especies ha disminuido drásticamente. “Este año, debido al bajo nivel del río, la blanquilla no creció como se esperaba” finaliza.
El señor Manuel Sánchez, habitante de la comunidad chatina del Paso de la Reyna, comparte que sus abuelos pertenecían a Santa Cruz Tepenixtlahuaca, municipio de Tataltepec de Valdés, que hace muchos años migraron y que su abuelo fue el primer comisariado de la comunidad en 1938. “Desde que llegó la gente de la presa no dormíamos pensado cómo le íbamos a hacer, nos reuníamos en la explanada de la agencia para platicar. Primero, todo el pueblo se iba a arroyo Zanate a cuidar. Cuando entró la policía del Estado, las mujeres, que madrugan para ir al molino, fueron las primeras en darse cuenta, cuando vieron que entraba la policía, dejaron las tortillas en el comal y salieron armadas con palos a enfrentarlos. Por eso tenemos mucha fe en las mujeres, ellas no tienen miedo. Las mujeres están organizando a las nuevas generaciones, a las muchachas, los jóvenes van a otros pueblos que están en resistencia a compartir y a aprender a defender su territorio”.
Don Manuel, que ha criado siete hijos, cuenta que se dedica a la siembra del maíz olotillo, además de ajonjolí, frijol y el maíz negrito, criollo de la región, semilla que recuperó de la comunidad de Collantes, donde todavía no han perdido sus semillas nativas. Uno de los puntos del reglamento interno de la comunidad de Paso de la Reyna es la revaloración de las semillas de maíz originarias de la zona, tienen tres años tratando de recuperar, además de las variedades del maíz, otras frutas como el tejoruco y el frailillo.
Al otro día, desde las tres y media de la mañana, mientras la comunidad duerme, las mujeres se reúnen en la cocina de la agencia municipal y continúan con los preparativos para el día grande. Algunas llevan al molino el maíz que se ha cocido previamente, otras preparan las hojas de plátano que han de dar cobijo a la masa para los tamales. Desde temprano el aroma del café de olla escapa de la cocina para compartir con las personas que llevan tortillas y tostadas elaboradas en sus casas, para contribuir a la celebración.
A las cinco y media de la mañana avanzamos sobre el camino, la luna nueva ilumina la terracería que atraviesa el pueblo hasta donde habrá de llevarse a cabo la ceremonia, nos envuelve el fresco de los últimos días de invierno, el canto de los pájaros y las voces del agua nos llaman hasta la vera donde el río canta, pálpito de grillos, y se contempla los años. La enramada está lista para la ocasión, la palma tejida sobre los horcones, decorada con frutas y flores, recibe la gente del pueblo y de las comunidades vecinas que se congregan.
La fogata tiende sus redes sobre la noche, ilumina la premisa del ritual, la compañera Ajq´ij (guía espiritual) Virginia, que ha llegado de Guatemala y que pertenece a la cultura Maya Quiché, nos explica los elementos que componen el ofrecimiento y la importancia de cada uno, sobre el círculo de azúcar dibuja los puntos cardinales, coloca trece candelas y el tabaco para equilibrar las energías, la ofrenda de frutas cierra la órbita que nos congrega. Sobre nuestras manos se han puesto pequeños ramos de ruda, romero, siempreviva y orégano, las invocaciones en lengua quiché para llamar a los abuelos y las abuelas de la luz, del tiempo y de la vida para recoger los conocimientos de las grandes culturas, se pide porque no se vaya nuestra lengua, se hacen presentes por medio de la palabra los Lencas, Aimaras, Quechuas. Mapuches y Guaraníes. El aroma resinoso del copal impregna los sentidos y nos da indicios de la ritualidad de la naturaleza que nos rodea, nos recuerda que el universo es una totalidad. Se agradece la energía del agua del río que vibra en los presentes.
La compañera Kandida, perteneciente a la cultura Mixe comparte que son los Xëmaapy los encargados de realizar las ceremonias, que se ofrece el mezcal, y según su costumbre, se utiliza para desatar la palabra, para entablar un diálogo con la madre tierra. Al terminar la ofrenda de las compañeras, el compañero Arnulfo da inicio a su diálogo con el dueño del río, en mixteco, su lengua materna, ofrenda velas y cruces que siembra sobre la tierra, le ofrece mezcal, y comparte con los asistentes, además de tortilla de maíz y pollo, sin sal, porque el chaneque no come salado. Al finalizar su rito, las autoridades del Pueblo Chatino de Tepenixtlahuaca comparten que allá, son los mayordomos y la gente grande de la comunidad los que realizan los rituales en su comunidad para pedir lluvias y buenas cosechas, queman velas para pedir por el bienestar del pueblo. Ir a la iglesia es parte de la ceremonia donde además de ofrendar la hoja de cinco negritos, rocían las ciénegas con agua bendecida.
El sol se despereza sobre los cerros cuando finaliza este significativo encuentro ceremonial, dentro del círculo de quienes atestiguamos la espiritualidad que alimenta a los pueblos originarios, se comparte que es posible el diálogo entre culturas, se celebra el valor del agua y la resistencia de los pueblos y la importancia por hacer todo lo posible porque el río siga vivo.
Regresamos nuestros pasos hacia el comedor comunitario para el desayuno, nos reciben las mesas dispuestas con platos de frijol y queso fresco, las tortillas de mano, el café y el pan dulce se comparten alrededor de la animada charla. La alegría renovada por la ceremonia que nos devuelve a nuestras raíces, que nos conecta en todos los sentidos con lo que nos rodea, y que nos hace escuchar las voces que emanan del río, sentir su espíritu de viejo sabio, de niño alegre, de madre y de padre que nos rodea, que nos procura alimento. Que nos protege.
Las señoras continúan afanosas alrededor de las mesas, el viento exhala la fragancia de las frutas que se despulpan para preparar las aguas frescas que se convidarán durante la fiesta se mezcla con el aroma de los tamales recién salidos de la lumbre. La variedad de colores en las tortillas maravilla todavía más que su limpio sabor de hogar, de brote tierno, de sal y maíz nuevo.
Para las diez de la mañana da inicio el evento cultural, las niñas y los niños se congregan en la enramada junto al río para, en medio de danzas, carteles y poesía, festejar desde pequeños esa entidad que los acompaña desde que nacen, que les alimenta el cuerpo, el corazón y el espíritu y les ofrece su remanso de musgo y piedras para refrescarse su sed de náufragos Estas nuevas generaciones aprenden el valor del río, saben de la amenaza que se cierne sobre sus aguas y como la gente grande, expresan su palabra para defenderlo.
Luego, la conferencia de prensa donde compañeros del COPUDEVER dan a conocer que el juez federal amparó al ejido de Paso de la Reyna contra la supresión de las vedas de agua de Enrique Peña Nieto, porque el capital nunca duerme y su visión de venderlo todo, tampoco. Los compañeros del Consejo de Pueblos Unidos por la Defensa del Río Verde informan el recurso de revisión al amparo que han obtenido porque se considera que violenta sus derechos. ¡Ríos para la vida, no para la muerte! Es la consigna que da por terminado el momento que da paso al intercambio de experiencias con el tema “espiritualidad y el agua”, de las compañeras Virginia y Kandida, que comparten con la concurrencia alrededor de la carpa, insuficiente para dar sombra a la gran cantidad de gente que ha llegado para unirse a la celebración en torno al río.
La misa da inicio a las doce del día, al concluir el agradecimiento eclesiástico nos reunimos en la orilla, mujeres y hombres, abuelas y abuelos que esparcen palabras de agradecimiento, plegaria diurna que germina en flores a los espíritus de agua que habitan en el río, mientras se ofrendan pétalos de bugambilia, niñas y niños con su viveza de ajolotes, nadan sobre la mansedumbre aparente de sus aguas.
Dentro de las actividades que se llevaron a cabo después de la comida dispuesta por el comité del Copudever para compartir con los asistentes, inicia la demostración de las actividades que se realizan tradicionalmente en torno al río, observamos cómo se pesca la mojarra, cómo atrapan las congas y los utensilios, como la chicalmaca, que se utiliza para la pesca del camarón y la blanquilla, que requiere de masa fresca en el interior de una olla de barro, para finalizar, el caldo de piedra, alimento que desde los más antiguos habitantes preparaban en el campo con una olla de bejuco donde colocaban los ingredientes y a la que echaban piedras recolectadas en el río y puestas a calentar en la lumbre al rojo vivo hasta que el agua hierva y se cocinen los camarones. Luego, el antojo se reparte entre el atole blanco, las empanadas, el nicuatole, los tamales de calabaza y frijol envueltos en hoja de almendra, el atole de ajonjolí, tepache de maíz, molotes, tostadas y las memelas de manteca, platillos que la gente preparó para compartir, se elaboran cotidianamente en la comunidad, y que dan cuenta de la diversidad de la cocina tradicional de la región.
Es así como el Consejo de Pueblos Unidos en Defensa del Río Verde, y las cuarenta y seis comunidades ribereñas que desde hace años están en resistencia contra el proyecto hidroeléctrico, se dieron cita para conmemorar el catorce de marzo, que por reglamento interno se ha establecido como el día del Río Verde, alrededor del cual, la gente no sólo conmemora y celebra la lucha, sino la vida que la comunidad construye desde este territorio simbólico. Aquí, en estos espacios donde se da constancia de la organización comunitaria, es que nacen los elementos que nutren las reflexiones respecto a cómo las comunidades originarias, de la Costa, de los Valles y de las regiones del Oaxaca, dan respuesta a la constaten invasión de su territorio, a la perenne invisibilización de sus modos de ver y reproducir la vida que rompe las dinámicas consumistas que dicta el capital, que insiste en depredarlos, a ellas, a ellos y a sus bienes naturales que alimentan y re-crean los espacios simbólicos alrededor de los cuales las comunidades originarias que producen y se reproducen a través de sus relaciones de reciprocidad, saben del desencanto de saberse ajenos a las instituciones públicas que los ve como solicitados objetos susceptibles de políticas asistencialistas que buscan desarticularlos de sus entramados comunitarios. Ellas, ellos, responden defendiendo el pluriverso que les rodea, resguardando los elementos que nutren su identidad y su cosmogonía, que alimenta sus referentes culturales, sobre el cual tejen su memoria y sustentan su resistencia.
Para cuando el sol inicia su continuo declive sobre nosotros, la alegría se desborda por todas las veredas que llevan al río. La banda de la comunidad ameniza el baile que se prolonga hasta que las chicharras y las luciérnagas despiertan de su siesta e iluminan el camino de regreso al pueblo. Luego, nuevamente en la cocina comunitaria, la cena: caldito de borrego con el que nos despedimos de esta comunidad y de su gente, de sus mujeres que habitan en la memoria y en el tiempo, que anidan su fe de la paciencia de los peces, que hace de la fiesta una de las maneras de organizar su digna rabia, que saben, en su lenguaje, invocar a los espíritus del agua.
Astrid Paola Chavelas
Red de Defensoras y Defensores Comunitarios de los Pueblos de Oaxaca
Plenilunio en marzo, primavera en ciernes.