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Las escenas del proceso interno de Morena remiten a lo peor de la prehistoria electoral: reparto de despensas, acarreos de votantes, compra e inducción del voto, gritos, manotazos, empujones, robo y quema de urnas. Un mosaico de conductas que recuerdan que, cuando no se está dispuesto a tolerar al contrario -aunque milite en el mismo partido-, el siguiente paso es el jalón de cabellos, el descontón y, en el peor de los casos, la destrucción del voto del adversario para borrar la evidencia física de su opinión.

Desde la cúpula de Morena se dirá que lo ocurrido en algunas casillas de las elecciones de congresistas que definirán el futuro del partido no fueron prácticas generalizadas, sino “incidentes focalizados”. Mario Delgado, presidente nacional morenista, defenderá la legalidad del proceso y acusará a sus adversarios y a los medios de pretender magnificar las escenas que el sábado inundaron las redes sociales.

Delgado, el dirigente partidista que ha cosechado los votos que sigue produciendo la popularidad de Andrés Manuel López Obrador, podrá redactar su propio manual de picaresca electoral, redefiniendo la palabra acarreo. El sábado declaró que: “el acarreo es cuando se trae a un grupo de personas comisionadas para votar por una persona en específico. Cuando se deja votar a la gente libremente, pues eso no es acarreo”. Opinión de Ernesto Núñez Albarrán en Aristegui Noticias.

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